Una semblanza

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CON MOTIVO DE LA PRESENTACION DEL LIBRO GUIONES CINEMATOGRAFICOS DE MIGUEL MIRRA EN LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE BUENOS AIRES, El VIERNES 1 DE MAYO, EN SALA ROBERTO ARLT.

MIGUEL MIRRA, TRABAJADOR DE LA MIRADA
por Jorge Falcone

Entre la posibilidad de hacer un análisis académico de la obra cinematográfica de Miguel Mirra y la de referirme brevemente a la trayectoria de un amigo, colega, y compañero en las lides de testimoniar la realidad con una cámara, he preferido acometer esta última opción.

La primera vez que detecté su nombre fue en 1986, durante el 8º Festival Internacional de Cine Latinoamericano y del Caribe en la Habana. Allí vi un cartel que anunciaba el que luego supe fue una de sus trabajos primerizos, “La Máscara de la Conquista”. Y confieso que me hizo sentir orgulloso de mi país ver algunas de las fotos promocionales, en que se advertía a los conquistadores españoles desembarcando con espadas y banderolas en las costas de nuestro continente. Fue entonces cuando comencé a cuestionarme de dónde aparecía este autor tan misterioso, del que no tenía noticias mi cinefilia. Poco después, una compañera de militancia me invitó a ver “Hombres de Barro”, si no me equivoco, en el cine Losuar.

Y en 1990, una colega actriz, Silvina Segundo, me habló de él y me mostró fotos del rodaje de “Después del último tren”. Por entonces yo ya amasaba la peregrina idea de abordar documentalmente la obra del filósofo Rodolfo Kusch. A esa altura comencé a sospechar que entre Mirra y yo existían pasiones comunes. Quién podía aventurar que sería la rebelión popular de diciembre 2001 la que meses después me lo sentaría enfrente en el porteño Bar La Academia, para considerar mi ingreso al Movimiento de Documentalistas que el hombre venía cocinando a fuego lento desde 1996. Pero quién era al fin y al cabo aquel realizador tan personal y tan intermitente para quienes durante mucho tiempo supusimos que el único cine importante se estrenaba los jueves…

Tuve que caminar a su lado durante ocho años para entenderlo. Cuando comparó el legado de los documentalistas con las manos en la pared de la caverna. Cuando afirmó que “yo sólo puedo hablar por mí, pero con ustedes me animo a hablar por todos”. Cuando marchamos por Darío y Maxi y aclaró “hoy no venimos a poner la cámara, venimos a poner el cuerpo”. Cuando ensayó un Canal de TV Comunitaria en el Barrio La Juanita de La Matanza. Cuando organizó festivales tricontinentales de cine documental en la India, Sudáfrica, o Caracas sin pedirle limosna a nadie. Cuando lo escuché preocupado por la vacante de una Hora de los Hornos del Siglo XXI. Cuando lo veo estrenar Los Ojos Cerrados de América Latina mucho antes que el Cte. Hugo Chávez Frías elevara sideralmente la venta de la obra de Eduardo Galeano que Miguel homenajea en este filme (que además regala a las asambleas medioambientales autoconvocadas) Entonces concluí que este hombre no es otra cosa que un laburante de Lanús que se la banca. Un enemigo acérrimo del posibilismo que vive sacando conejos de la galera en una época en la que ya nadie espera hallar un perol de oro al final del arco iris. Algunos familiares de detenidos-desaparecidos durante la dictadura hemos corrido el riesgo del fanfarroneo con nuestro ausente: Miguel lleva un hermano asesinado por la burocracia sindical en el rincón más envidiable de su discreción. Yo reconozco en el temperamento de este cineasta y amigo los valores más caros de nuestro pueblo.

Miguel viene amasando hace décadas un cine minimalista y austero como los sujetos sociales que refleja. Quien ve sus documentales puede suponer que le basta con el mero testimonio contundente. Pero a quien se asome a sus ficciones realizadas, como “Los últimos” no le costará enfrentar un desborde de sutilezas en el miedo heroico de esos pibes refugiados en un “pozo de zorro”, allá en Malvinas. Lo propio ocurrirá con quien disfrute la lectura de “La Revolución”, acaso el plato fuerte del libro que presentamos hoy, cuando acceda al silencio gestual del patriota colonial confinado, en un contrapunto con el del militante setentista clandestino, matizado por la escueta pero rotunda intervención de esa vieja india sabia, capaz de afirmar que “El agua no se niega ni se vende. Como el alma, como la tierra”. Me atrevo a sostener que el tono narrativo de Miguel Mirra no es el del intelectual que se afana por salir en esa foto que garantiza la posteridad. Por eso su trabajo se acerca a lo más genuino del arte popular. Allí donde el creador se hace acreedor a la visionaria profecía de Don Atahualpa Yupanqui: “Tendrás tu recompensa al final del viaje. Llegarás a ser lo anónimo. Pero ninguna tumba encerrará tu canto”.-

Jorge Falcone
1º de mayo 2009, Día Internacional del Trabajo





























































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